30/1/09

Adiós, amor mio.

Eran las siete de la tarde. El mar estaba como una bandeja de plata con destellos verde azulado. Tranquilo, brillante. Quizás demasiado tranquilo. El puerto estaba lleno de despedidas, y reencuentros. Sonrisas que bajaban impetuosamente las escaleras de aquellos barcos, y lágrimas que subían a bordo. Sueños que se cumplían. Promesas que se marchaban. Era realmente un lugar mágico con olor a sal. Un suave suspiro salía de los labios de María. Sus grandes ojos azules estaban mandando señales de SOS. Mientras que sus manos se escondían, cobardes y temerosas, entre las de Javier. No era la primera vez que viajaba en barco. Ni la segunda. No era un viaje de placer. Ni una despedida temporal. Era algo a lo que, especialmente ella, tenía miedo. Muchísimo miedo.

- ¿Qué te pasa?
- Nada
- ¿De verdad?
- En serio Javi...
Mentira. Claro que le pasaba. Tenía miedo porque estaba apunto de perderle. De decirle esa palabra que jamás imaginó en sus labios seguido de su nombre. Una sonrisa forzada salía de vez en cuando de sus labios. Mientras su corazón contaba el tiempo en latidos, cada vez más intensos. Javier no era el hombre perfecto, pero ella lo amaba como una loca. Le hacía reír a carcajada limpia. La besaba con tanta pasión que creía morir en su boca cada vez que la rozaba. Le mentía. Le era infiel con alguien que quizás estaba mucho menos loca que ella. Jugaba con sus sentimientos, sin querer, o queriendo. ¿La amaba? Eso ya no importaba. Ella desaparecería de su vida al subir a aquel barco, y tenía toda la intención de no echarse atrás. A no ser que ocurriera algo inesperado. Y entonces, el incomodo silencio que se creó entre ambos se rompió, con un impulso de valor, de miedo, o quizás de resignación...

- Si la quieres, si de verdad ya no me amas, vete con ella y hazla feliz. Quierela como nunca me quisiste a mi; con la verdad. Mimala, cuidala, dile todos los te quieros que nunca me dijiste a mi. Pero por favor, no te vuelvas a equivocar. Ni me digas jamás que fue un error, que eres el tio más gilipollas del planeta y que lo sientes. Y por lo que más quieras, no vayas a buscarme, nunca, si no es para mirarme a los ojos y decirme que me amas... Adiós, Javier.
Y con los ojos enjuagados en lágrimas y el corazón en el talón, se acercó a él, mirandolo a los ojos, a esos ojos que tanto amaba. Lo besó. Su último beso, suave, lleno de amor, ese amor que tan feliz la había echo, y tan desdichada la estaba haciendo en ese momento. No hubo respuesta. Y tampoco tuvo fuerzas para buscar una. Entonces cogio su maleta y se fue. No volvió a mirar atrás ni una sola ves. Ni si quiera quizo hacerlo. Ya no. Javier no dijo nada. Se quedo contemplándola, con el sabor de ella en sus labios. A esa mujer que tantas veces tuvo entre sus brazos. Su larga melena oscura, que siempre olía a melocotón. Su coraje. Sus sonrisas. Sus originales palabras de amor susurradas al oído. Sus besos. Sus peleas... Todo eso subía a bordo para irse lejos, y desaparecer, y él no dio un paso, no articulo palabra... Solo la miraba, como si quisiera retener su imagen para siempre. Quizás estaba cometiendo un error, pero no lo sabría hasta que no lo cometiera. Y así lo hizo, dejando escapar al que fue, es y siempre sería, el amor de su vida.
- Adiós, María.

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